Tres años después.

Llevo más de tres años dando clases de español. Sé que no es mucho, pero durante ese tiempo he tenido la posibilidad de aprender muchas cosas sobre esta profesión. La más importante: he aprendido que no puedes dedicarte a esto si no te gusta de verdad. Ser profesor de español significa implicarte en el proceso de aprendizaje de tus alumnos y seguir estudiando para poder guiarles durante el mismo. Rápidamente compruebas que no puedes utilizar el mismo material para todos tus alumnos, que cada colectivo tiene sus particularidades y cada individuo sus necesidades. Y entonces entiendes que necesitas más tiempo del que creías (del que la mayoría de la gente cree). Casi cuatro años después puedo confirmar que es difícil vivir de esto, que no es ninguna panacea y que si solo quieres ganar dinero, probablemente dures poco tiempo en el sector. 
Para ser profe de ELE necesitas formación, ganas, creatividad y paciencia (no necesariamente en ese orden). La lista puede seguir pero creo que es un buen resumen.  
Esta reflexión no surge de la nada. Nace de las horas de trabajo, de leer las opiniones de mis colegas en las redes, de analizar cuál es mi situación profesional actual y cuál me gustaría que fuese. Es fruto de leer el trabajo de Alberto Bruzos Moro  y pensar una vez más que nos falta mucho por hacer como colectivo. También surge de mi situación personal y de una duda que me asalta con frecuencia: ¿cuánto tiempo más podré aguantar trabajando como profe de ELE? ¿Tendré que dejar esta profesión tan bonita, en la que aprendo todos los días y que no me deja dormirme en los laureles, por otra ocupación que me proporcione estabilidad laboral? Sería una auténtica pena o como diría mi madre, sería una picardía.


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